Basta.
Se acabó.
La gota que colmó el vaso acaba de caer.
No aguanto más este intento mío de ayudar, de estar pendiente, de salvar el mundo, de ser "buena".
De poner siempre por delante a alguien que no soy yo.
Basta.
Necesito un cambio de prioridades.
Necesito ponerme a mí siempre por delante.
Camarero, una tacita más de egoísmo por aquí, por favor.
Es que parezco estúpida. Siempre pendiente de todo el mundo cuando de la única persona de la que tengo que estar pendiente soy yo misma. (Y de mis perros, pero de eso hablaremos más adelante).
Necesito estar pendiente de mí, de lo que me gusta, de las cosas que tengo que hacer (tanto porque me apetecen como porque son "deberes").
Prestarle atención a mis pesadillas y trabajarlas, porque son los mensajes del subconsciente que llevo dos años ya intentando acallar o ignorar, tanto que he terminado por acostumbrarme a no dormir bien y a tenerlas día sí, día también.
Necesito prestar atención a mi cuerpo, que necesita cuidados, ejercicio y dormir.
Necesito prestar atención a mi mente, a mis pensamientos. Darle un respiro a mi cabeza, que no para nunca de acusar y de gritar, y yo por mi parte, no trato más que de distraerme con lo que puedo.
El cambio está en mí. La decisión es mía de hasta dónde estoy dispuesta a llegar. Necesito decirme a mí misma "STOP".
Párate a pensar, Ana. Qué demonios estás haciendo con tu vida. Párate a pensar, porque como no te pares, el estrés va a seguir subiendo y vas a acabar majara (más aún).
Ana, Anita... Relax.
Zen.
"Zéntrate".
Sabes cuál es tu centro. Úsalo, pero no lo desgastes tanto, porque al final vas a acabar perdiéndote a ti misma.
Uno de los profesores que más he respetado desde pequeña y de los que más me han enseñado siempre decía "factoriza, niña, factoriza".
Ya ni siquiera recuerdo por qué nos lo decía (el profesor era de matemáticas, que a mí en aquel tiempo me gustaban muchísimo, que no viene al caso pero lo digo igual) pero en este momento me viene a la cabeza el soniquete que utilizaba con esa frase, a la que yo he decidido ahora cambiar la letra:
"Prioriza, niña, prioriza."
Revisa tus prioridades y ponlas en práctica.
Y punto.
Este blog contiene algunas de mis creaciones literarias, pensamientos y elucubraciones (2011) Asimismo, busco retomar la costumbre de filosofar pues la necesidad de volver a escribir se tornó imperiosa en mi vida actual (2017) En este blog se tratarán temas de todo tipo como el amor, la muerte, el odio, la ira, todo tipo de emociones, el Arte, la psicología... Siéntanse libres de leer, comentar y reflexionar conmigo tanto como gusten.
26 enero 2017
20 enero 2017
PENSAMIENTOS SOBRE LA MUERTE. VOL. I
¿POR
QUÉ DICE EPICURO QUE NO HAY QUE TEMER A LA MUERTE? ¿QUÉ ES LO QUE NOS PRODUCE
DOLOR EN ESTE CONCEPTO?
Por mucho
que el ser humano sepa sobre Matemáticas, Música, Historia, Medicina o
cualquier materia aprehensible, muchas cuestiones como esta nos abordan al
menos una vez en la vida a todos los seres humanos, cuestiones sobre nuestra
existencia.
¿Cómo se creó
el mundo?, ¿Por qué estamos aquí?, ¿Cuál
es nuestra misión en la vida?, ¿Hay algo después de la muerte? Este tipo de
enigmas perturban hasta al menos pensador y le hacen pararse a especular hasta
desistir, pues es imposible hallar respuesta verdadera universal.
La muerte
nos rodea y está presente en nuestras vidas cotidianamente. Lo está ahora y lo
ha estado desde que el mundo es mundo o al menos desde que la humanidad fue
consciente de su propia mortalidad.
Yo
pregunto: ¿por qué nos da miedo nuestra propia muerte? ¿Porque no sabemos qué
es lo que nos espera (si es que acaso nos espera algo)? ¿Tememos que la vida no nos dé el tiempo suficiente para
hacer todo lo que deseamos o para lograr la felicidad? ¿Nos asustamos al pensar
qué será de nuestros seres queridos a nuestra muerte? Quizá. Todo puede ser.
Existen muchas respuestas, dependiendo
de según a qué persona encuestes.
El
concepto de nuestra propia muerte puede parecer algo egoísta ciertamente, pero
yo lo veo de otra manera, pongo un ejemplo: una persona no tiene miedo a su
propia muerte por lo que a ella misma le podría pasar. Si tuviera que temerla,
lo haría por no saber qué pasaría con la gente con la que esa persona se
relaciona. Con sus seres queridos. Sus allegados. Por lo que ellos pueden
sentir en ese momento.
Todos
sabemos que se con el paso del tiempo podemos aprender a vivir sin una persona
cercana y a aceptar que se ha ido y que, tristemente, no va a volver y no hay
reemplazo. Pero, ¿cuánto tiempo puede
llevar el volver a hacer vida normal?
Personalmente,
lo que a mí me asusta de mi propia muerte es exactamente eso. Con más razón pienso así pues a menudo se
nos dice que no hemos de temer a la muerte, pues cuando nosotros estamos, ella
no está, y cuando ella está nosotros ya no somos, así que ¿por qué preocuparse
entonces?
Otras
personas temen exactamente lo contrario, la muerte de las personas que quieren,
y a veces no por esas personas, si no por lo que ellos sufrirían si ellas
murieran. Ésa sí que es una concepción de la muerte de una manera más
egoísta. Nos preocupa el dolor que pueda
causarnos sin ser nosotros mismos a los que se lleva como acompañantes.
En otro
punto podemos pensar que tememos a la muerte por la incertidumbre que tenemos
sobre este enunciado: ¿qué es la muerte y qué nos espera después de ella?
Esa, junto
con muchas de las preguntas planteadas anteriormente sobre la existencia del
hombre son la base de muchísimas de las religiones más importantes a lo largo
de toda la historia.
Nuestro
afán de conocimiento, nuestra curiosidad imparable. La necesidad de respuestas,
aunque fueran inventadas. Solo algo con lo que poder contentarnos y no
preocuparnos más por ese problema. Algo a lo que agarrarnos. Mitos, leyendas,
escritos, cuentos, religiones, filosofías… han intentado siempre dar respuesta
(aunque a veces demasiado fantástica) a este tipo de cuestiones sobre nuestra
existencia.
Nos
negamos en rotundo a aceptar que la muerte es el final de absolutamente todo.
Que no hay nada después de la muerte. Que morimos. Nuestro cuerpo deja de
realizar sus funciones vitales y nos entierran, nos lloran y nos descomponemos.
Y se acabó. ¿Dónde va el alma, si es que tenemos? ¿Perdemos totalmente el
contacto con nuestra gente?
En verdad
a veces eludimos el tema porque nos resulta doloroso el hecho de que no hay
absolutamente nada después de la muerte, o al menos que nosotros sepamos. De
pronto un día el interruptor se apaga, apagando consigo una vida de (esperemos)
muchos años.
Siempre
que pensamos en la muerte e imaginamos a alguien a punto de morir tendemos a
imaginarnos a algún ancianito adorable, o a alguna persona mayor pero, ¿y si la
persona que nos abandona es un joven o incluso un niño? Aquí la respuesta suele
estar siempre algo más clara: injusticia.
Por alguna
razón lo primero suele resultarnos algo menos doloroso, porque quizá buscamos
consuelo en que esa persona ya vivió mucho y tuvo muchas experiencias, tanto
buenas como malas. Pero ¿y en ese niño que no ha hecho más que empezar a vivir?
¿Y esa familia cuyos pensamientos giran en torno a ese niño?
A muchos
padres he oído decir alguna vez que desearían que sus hijos los enterrasen,
porque verdaderamente y con la mano en el corazón digo que tiene que ser
horrible enterrar a tu propio hijo. Una persona que ha vivido relativamente
poco, una persona que se supone que debe continuar la familia o el apellido.
¿Qué ocurre si el hijo único de una familia muere? Con él se pierde todo.
Por
desgracia, el disertar sobre este tema tan universal e históricamente
imperecedero como es la muerte normalmente plantea más preguntas que
respuestas, así que ¿por qué no vivir la vida tal y como nos viene hasta
nuestro último día sin pensar demasiado en
ese tema?
Las
respuestas nos las da la vida cuando ella cree que estamos preparados a veces sin haber siquiera formulado la
pregunta.
A menudo
pienso en esta cuestión y me sorprendo divagando sobre ella y muy a menudo
acabo zanjando mi propia discusión mental con una simple frase que suele darme
más consuelo que todas las conclusiones a las que puedo llegar más
racionalmente.
Nuestra
vida es efímera. Nuestra muerte es inminente. Todo pasa. Nada permanece. Cuando
morimos solo se pierde una parte de nosotros, aquella que nos permite seguir
formando recuerdos. Una vez que eso pasa siempre quedamos vivos en las memorias
de quienes han compartido su vida o parte de ella con nosotros.
“Mientras
haya alguien que sonría ante mi recuerdo, yo seguiré viva.”
Ana Romero
Historia
del Pensamiento
13 de
Enero de 2014
Después de haber encontrado esta gran parrafada de hace ya unos cuantos años en mis antiguas carpetas de las asignaturas de la carrera de Bellas Artes que he cursado en Granada, sentí la imperiosa necesidad de hacerle un lavado de cara a mi blog y de retomar la costumbre de poner palabras reales y tangibles a mis pensamientos.
No debéis juzgarme por lo que acabáis de leer, pues como dice arriba, eso lo escribí allá por el año 2014, exactamente nueve meses antes de que la vida me diera su más duro revés hasta el momento, que me cambiaría para siempre y me haría ver el mundo (y concretamente este tema de la muerte) desde una nueva perspectiva nunca antes experimentada por mí.
Es cierto que en este texto me he topado con una Ana mucho más alegre e inocente de lo que soy ahora, pero sí es verdad que muchas de las opiniones arriba expresadas las sigo compartiendo, y aunque con menos esperanza en la vida, sigo queriendo creerlas, pues en el fondo sigo siendo una niña pequeña que cierra los ojos y se tapa los oídos ante la oscuridad que se le viene encima sin saber qué hacer o cómo alumbrarse a sí misma.
Después de haber encontrado esta gran parrafada de hace ya unos cuantos años en mis antiguas carpetas de las asignaturas de la carrera de Bellas Artes que he cursado en Granada, sentí la imperiosa necesidad de hacerle un lavado de cara a mi blog y de retomar la costumbre de poner palabras reales y tangibles a mis pensamientos.
No debéis juzgarme por lo que acabáis de leer, pues como dice arriba, eso lo escribí allá por el año 2014, exactamente nueve meses antes de que la vida me diera su más duro revés hasta el momento, que me cambiaría para siempre y me haría ver el mundo (y concretamente este tema de la muerte) desde una nueva perspectiva nunca antes experimentada por mí.
Es cierto que en este texto me he topado con una Ana mucho más alegre e inocente de lo que soy ahora, pero sí es verdad que muchas de las opiniones arriba expresadas las sigo compartiendo, y aunque con menos esperanza en la vida, sigo queriendo creerlas, pues en el fondo sigo siendo una niña pequeña que cierra los ojos y se tapa los oídos ante la oscuridad que se le viene encima sin saber qué hacer o cómo alumbrarse a sí misma.
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